La psicología de la Gestalt –denominación tomada del término alemán que significa “forma” o “configuración”- aparecía en Alemania a principios del siglo pasado como contestación a la corriente conductista, que pretendía alcanzar un estatus objetivo en sus procedimientos al centrarse en métodos de observación externa y experimentación a propósito del estudio de la conducta humana. Es decir, elementos que producen magnitudes cuantificables y comparables.
En contraste con las teorías del conductismo, la psicología de la Gestalt propugnaba por explicar la conducta humana a través del análisis de todos los elementos que intervienen en ella, lo que incluye factores internos difícilmente reducibles a cifras o patrones de datos. Del mismo modo que una melodía no se restringe a ser una sucesión de notas escritas, cada una traducción de la vibración de un instrumento determinado, sino que su configuración, organización y reminiscencias tonales son las responsables de infundir una emoción determinada (o no) en el oyente, las ideas de esta escuela gestálquica defienden que los distintos elementos que componen la percepción humana no se encuentran aislados, sino que forman parte de un todo. Por ello mismo, ese mismo conjunto de factores, combinados de maneras diversas, produce situaciones diversas.
Y es que el ser humano no capta estímulos, sino situaciones compuestas por un sinfín de estímulos en dependencia de unas características o un contexto concreto en el que se inserta dicha percepción.
Así pues, dos cuestiones se erigen como fundamentales a la hora de explicar el corpus teórico de la psicología de la Gestalt:
- El todo es superior a las partes. Para identificar a una persona conocida, uno no recorre su cuerpo reconociendo y atribuyendo cada parte de su anatomía a esa persona determinada, sino que, de un solo vistazo, la evoca por su conjunto.
- La percepción de un objeto se ve influida por todo aquello que le rodea. Basta con observar la composición de un cuadro de un pintor expresionista para constatar la interdependencia de los objetos que componen el cuadro en su totalidad. Lo mismo ocurre en la vida real. Cada elemento que compone la realidad sería distinto de no existir precisamente los que le rodean. La publicidad, por ejemplo, basa en buena medida su eficacia en esta premisa: no hay más que observar la influencia del envase o de la marca en la elección de la compra por parte de los clientes de unos grandes almacenes. La percepción hacia un mismo objeto o estímulo varía en función de la situación en la que se presenta.
Estas ideas, aplicadas al estudio del comportamiento del individuo, indican que el carácter de la persona es un todo al que hay que considerar desde una perspectiva global. Según apunta la psicóloga María Laura Fernández, una de las principales representantes de la terapia Gestalt en Barcelona, el carácter de la persona afecta a todos los planos de la persona, ya sea su vida íntima, su experiencia social o su desempeño laboral. Es este conjunto de reacciones pensadas o automáticas las que ejercen de punto de partida desde el cual percibimos, sentimos y gestionamos nuestro día a día, calibrando al mismo tiempo nuestra escala de valores particular y nuestro orden de objetivos y preferencias para el presente y el futuro. El carácter, por tanto, nos hace afrontar la existencia de una manera exclusiva e intransferible. Nos hace únicos.
De este modo, la toma de conciencia de estos rasgos definitorios y automatismos del carácter resulta imprescindible a la hora de conocer qué es lo que nos limita nuestro comportamiento, qué nos constriñe en nuestras relaciones con los demás y qué distorsiona nuestra percepción del mundo. Factores que pueden derivar en sufrimiento a causa del establecimiento de un nivel de autoexigencia excesivo, de la pérdida de autoestima o de la disminución de la necesaria empatía hacia quienes nos rodean a diario, desbaratando nuestra posible realización emocional, nuestro porvenir laboral o sumiéndonos en la desmoralización y el desaliento.
Es en este ámbito donde la psicología de la Gestalt ofrece un tratamiento idóneo para identificar y explorar estos resortes internos de la personalidad, lo que, en consecuencia, debe conducir a su adecuado aislamiento y reparación. Es este un proceso de transformación íntima que el paciente realiza por sí mismo y en el que el terapeuta actúa tan solo como guía del proceso, tutelando y explicando los avances descubiertos a lo largo del mismo. Un cambio profundo y duradero destinado a mejorar de manera sostenida en el tiempo la calidad de vida.
En el caso de Fernández, directora de un experto gabinete de psicólogos en Barcelona, los pasos imprescindibles de la terapia Gestalt, aplicables en terapias individuales o en pareja, transitan por seis fases:
- Determinar la clase de apoyo, ayuda o terapia que el cliente necesita. Es decir, encuadrar la relación concentrándose en primer lugar en la condición presente de la experiencia, la toma de conciencia de uno mismo y sus circunstancias y la adquisición de responsabilidades personales en el manejo del carácter. Es la situación en su justa dimensión del daño que el comportamiento genera en uno mismo y en los demás, pistoletazo de salida para la modificación o la supresión de estos hábitos y actitudes y la relación con uno mismo en base a valores como el respeto y el amor.
- Después de la toma de conciencia, le sigue la reflexión, estimulada por el psicólogo, a propósito de los asuntos personales que demandan una atención prioritaria. Se señalan las aspiraciones y los anhelos que reserva la terapia, los aspectos que el paciente tiene la capacidad de cambiar y el modo de proceder a ello.
- El siguiente paso concierne a la exteriorización de las emociones –miedo, rabia, tristeza, inseguridad,…- y el tratamiento de sus manifestaciones negativas –ansiedad, bloqueo, tensión,…-, intentando encontrar soluciones permanentes.
- A partir de ahí, se sucede el trabajo combinado con la realidad presente –gestión de los aspectos del carácter, proyección de la situación futura deseada- y la herencia genética y emocional recibida –confección del genograma del cliente-.
- El cliente pone en práctica aquellas tareas que ha decidido que serán beneficiosas o positivas para su vida cotidiana, evitando por supuesto caer en el autoengaño o la autocondescendencia. Como es natural, no se trata de un trabajo fácil y que pueda cumplirse solo con buenas intenciones, sino que exige un esfuerzo personal. La paciencia y la constancia son las claves para la conservación de estas actitudes encauzadas que efectúan por fin la esperada transformación interna.
- La última fase comprende al cierre del proceso y a la reincorporación del paciente a la vida normal con su salud y autoestima recobrados, viga maestra para desarrollar sus relaciones diarias hacia uno mismo y hacia sus semejantes de un modo más natural, coherente y amoroso.